◖ 12 ◗
ALEJANDRA.
Al deslizar mi vista por mi alrededor, no pude ver mucho por la pasada e interminable oscuridad que se apoderaba de cada metro cuadrado.
Parpadeé un par de veces intentado acostumbrarme a la escasez de luz hasta que una tenue claridad, que antes no había, entró por alguna ventana. Una vez que logré entender que era de noche y que la brillante luna era causante de que pudiera apreciarlo todo, pude divisar una mesa cuadrada y un par de sillas frente a mí, y detrás de ellas había una pared alta. Dirigiendo mi vista hacia mi derecha, comprendí que habían dos ventanales, anchos y largos y que por ellos ingresaba la luminosidad.
Los cuales me parecían conocidos, al igual que lo demás… estaba en el psiquiátrico, o eso creía.
Precisamente en la sala 3.
¿Qué hacia ahí?
¿Dónde estaba el bosque inexplorado e interminable?
Normalmente mis pesadillas surgían en lugares naturales y no dentro de una construcción, a excepción de la primera cuando ocurrió en mi casa, más precisamente en mi habitación.
Me pareció confuso eso, pero supuse que todo se debía a las locas ideas de la silueta y a su manía de presentarse en el lugar y momento más inesperado. Sin mencionar la ingeniosidad y habilidad que disponía para trasladarse a cualquier parte que mis sueños me llevaban a mí.
Entonces bien, ¿Qué esperaba que sucediera dentro de esa sala? ¿Verme correr en círculos por la falta de espacio, o que me escondiera debajo de la mesa como si fuera una niña asustadiza que creía que nadie la vería porque estaba oculta por un escudo mágico e inexistente que la cubría de todos? ¿O que simplemente me arrodillara y pidiera clemencia aun sabiendo que por más que le rogara no me salvaría?
No sabía qué estupidez quería, pero pronto lo descubriría.
Todo el espacio estaba en un calmado y perturbador silencio incómodo que descontrolaba mi respiración a gran velocidad. La agitación pudo ser oída en solo segundos, acompañada con el martillar de mi corazón que llegaba hasta presionar mi garganta e incrementar mi fatiga.
Tragué saliva tratando de mejorar la situación pero no funcionó. Mi boca se secaba a medida que me preguntaba por qué estaba allí, y cuánto tardaría la silueta en aparecer.
Sabía que no faltaría mucho para que el color carmesí de sus ojos atravesara la oscuridad revelando su posición, antes de que comenzara a acercarse. Conocía a la perfección cada uno de sus movimientos; era notorio que antes de comenzar a correrme y atacarme, él se notaría su tiempo para arrinconarme y aterrarme. Pero al percatándome de que la ruta de escape esa vez era un poco reducida y que no tendría espacio para huir, cierta incertidumbre por descubrir qué tenía planeado para esa ocasión usurpó cada fibra de mi ser.
Apreté fuertemente mis manos formando puños a mis costados. Necesitaba centrarme y encontrar otra forma para descubrir dónde estaba y qué pasaría luego, antes de que fuera tarde y que la silueta me sorprendiera como ya era costumbre para él.
Tomé algunas bocanadas de aire para mejorar mi respiración y evitar que la agitación se siguiera escuchando en la silenciosa sala. Si mi intensión era salir de ese lugar pronto, debía de controlarme y usar todos mis sentidos; mi vista no me favorecía, mucho menos lo hacia mi tacto, olfato o gusto, pero quería creer que si me concentraba y hacia silencio mis oídos podían ayudarme. Ellos me prepararían para poder enfrentar a la entidad antes de que se le ocurriera presentarse frente a mí y no darme tiempo a defenderme... aunque tampoco tenía la capacidad para algo así, pero era mejor estar en alerta y dispuesta a todo en vez de que me tomara desprevenida.
No dejaría que su ego, si era que tenía, creciera con cada uno de mis errores al dejarme acorralar como si fuera un animal indefenso.
Un leve ruido en la lejanía llamó mi atención en su totalidad, intenté enfocar mi vista hacia ese lugar pero no obtuve más que figuras imaginarias que se formaban por la negrura de la habitación. El sonido de pequeñas pisadas ágiles y livianas que corrían de un lado a otro en la oscuridad continuó hasta que se detuvo en lo que me pareció la parte más lejana de cuarto, por lo tanto estaba poco iluminada por la claridad que entraba por los ventanales. Lo que me hacia el trabajo difícil al querer distinguir algo y saber de qué se trataba.
Al no tener otra opción, aclaré mi garganta y dije:
— ¿H-hola?— me maldije en voz baja cuando noté que había tartamudeado. Nada estaba bien.
Esperé unos segundos y me mentalicé en que el momento donde la silueta comenzaba a reírse y luego aparecía estaba cerca. Camuflé la ansiedad que eso me causaba con tranquilidad, sabía que no serviría de mucho en cuanto lo tuviera de frente, pero esperaba que eso me ayudara un poco y que me hiciera ver poderosa e intimidable. Quería que él pensara que ya no le temía y que el hecho de verlo en mis pesadillas no me provocaba absolutamente nada.
El ser humano podía engañarse con cualquier cosa, ¿Por qué yo no probaría engañar a esa entidad?
Debía de ganar terreno hasta que tuviera la oportunidad de salir de allí, y quizá era una absurda forma de hacerlo pero lo tuve otra idea mejor que esa. Además, en una situación así ¿Quién tendría cabeza para pensar en una idea magnífica? Si alguien podía que me avisara, por favor.
Tal vez había pasado ya un minuto desde que había hablado, y aun seguía con lo mismo.
Nada… no recibí respuesta, solo el maldito eco de mi voz que retumbó por el lugar, y volvió a mis oídos como si nada. Eso me pareció aun más raro que todo lo que complementaba a la situación, debido a que; cuando había atendido a alguno que otro paciente enfadado y éste gritaba, las paredes parecían tragarse el sonido y no devolverlo. Por lo tanto, el que mi voz se repitiera más de una vez, no había sucedido antes.
Sabiendo lo extraño que eso era, no me arriesgaría a volver a decir más por miedo a que algo poco inusual ocurriera.
Si no podía hablar, entonces a lo mejor podía acercarme más al centro de la sala y con suerte alcanzar la salida.
Quise caminar, logrando dar solo un paso que acabó con casi toda mi energía, ni siquiera el llevar ambas de mis manos, rodear mi muslo con ellas y tratar de elevarlo para obligar a mi cuerpo a que avanzara funcionó. Genial, era lo único que me faltaba. Bufé al notar que mis piernas comenzaban a pesar, a quedarse rígidas y a no querer moverse, como si estuvieran atadas a una cadena que terminaba en grandes rocas que se mantenían pegadas a ella.
Al intentarlo otra vez, la falta de soporte y la gravedad hicieron de las suyas. Terminé de rodillas y con mis manos apoyadas en el suelo a cada lado de mi cabeza. Gruñendo a los cuatro vientos, volví a ponerme de pie y al sentir mis palmas repletas de polvo, las froté contra la tela de mi jean’s.
Cuando por fin terminé, levanté mi vista al frente y tuve que esperar hasta que mis ojos se acostumbraran, una vez más, a la penumbra de la habitación. Mi panorama se aclaró con rapidez e inmediatamente comencé a buscar una salida, olvidando por completo mi falta de movilidad. Ya tendría tiempo de hallar la forma de llegar ya fuera arrastrándome a algún lugar seguro, lo primero era encontrar un trayecto para escapar. Y si estaba en donde creía, en la sala 3, había una puerta cerca, lo que me facilitaría las cosas. Pero, aunque intuyera que estaba en esa habitación, no encontré nada, solo oscuridad que era lo que predominaba.
Fruncí el ceño.
Se suponía que la salida debía de estar pegada a la pared que estaba frente a mí, justo detrás de la mesa y sillas metálicas. ¿Por qué nada parecía estar en su verdadero espacio? ¿Por qué todo había cambiado de lugar?
¿Qué más estaba rondando que no pertenecía a ese sitio?
De repente, se escuchó una risita… una muy encantadora.
Poe inercia, mi mirada viajó hasta el último ventanal que, por casualidad, era en el que ingresaba más claridad. Mis ojos, al igual que mi boca, se abrieron en grande.
Allí, de la nada, apareció una niña.
Sin saber o conocer mucho de infantes, calculé que tenía unos cinco años de edad únicamente por su estatura. Vestía un bonito vestido blanco de mangas cortas, acompañado por zapatos de charol negros que brillaban; su cabello azabache era como una extensión de la oscuridad que nos rodeaba que caía en hondas hasta sus hombros. Y aunque estuviera a pocos metros de mí, no pude ver su rostro, estaba distorsionado. Como si hubiese sido borrado, o como si mi vista no estaba lo suficientemente lista como para apreciarlo.
Lo que me pareció un poco estúpido quisiera pensarlo.
— ¿Hola?— repetí, aún sin creer lo que tenía en frente.
— ¿Quieres jugar conmigo?— preguntó, caminando hacia mí.
Ni siquiera dudé en responder.
— Claro, ¿A qué quieres jugar?
Mi voz salía melosa y cariñosa, y no sabía por qué.
Mi contacto con los niños era nulo, y, a pesar de mi edad y del dichoso dicho de que toda mujer quería ser madre, nunca se me pasó por la cabeza el serlo. Supuse que prefería concentrarme únicamente en mi profesión y progresar, en vez de sentarme a buscar una pareja; establecerme con esa persona y llevar a colación el tema de la paternidad. Luego embarazarme y dejar todo de lado para centrarme solamente en mi bebé, darle toda mi atención, dedicación y tiempo.
Sí, no era algo que sonara interesante.
Quizá en algún otro momento, o en otra vida lo hubiese hecho. Pero no allí, no al ser psicóloga y sentir que mi vida se estaba demorando desde que Víktor había entrado en ella.
— Solo debes atraparme.— cuando dijo eso, ya había avanzado hasta el segundo ventanal. Su rostro seguía aun sin mostrarse, y eso me inquietaba un poco.
— ¿Por qué no puedo verte realmente?— quise saber.
— Solo debes atraparme.— repitió con más calma, como si no le hubiese entendido a la primera.
Suspiré.
— Me encantaría, pero no puedo moverme.— contesté, recordando lo difícil que se me había hecho dar solo un paso.
— Sé que puedes.— su seguridad me sorprendió, ¿Cómo era posible que una niña de su edad no estuviera asustada? Estábamos entre la oscuridad, ¿Acaso no lo veía? ¿No sentía la pesadez en el aire?— Vamos, corre, mami.
Mi corazón se detuvo.
¿Me había dicho mami?
Ni siquiera me conocía, y me tomaba como la persona más importante en la vida de un infante. Aquella que la protegería de todo mal, quien sería su escudo y también su pañuelo de lágrimas cuando se cayera y llorara. Su compañera, quien le tomaría de la mano y la guiaría por el camino correcto. La persona que sería capaz de dar hasta su propio zapato o abrigo, con tal de que no anduviera descalza o que pasara frío. Alguien que la abrazaría y llenaría de mimos antes de dormir, quien dejaría disponible su hombro para que pudiera apoyar su cabeza en él y descansar despreocupadamente. Quien se alegraría y estaría de acuerdo en cada uno de sus deseos, y sueños. La persona que le entregaría su amor inmenso, y que velaría por su bienestar.
De eso y mucho más se trataba el ser madre.
Me sentí triste al recordar lo que esa palabra significaba para mí, o mejor dicho me entristecía el poco interés que la mujer que la portaba me mostró. Si no fuera por el cariño que le tenía, y porque aun quería conservar los buenos momentos junto a ella, ya habría pasado tiempo desde que la hubiese quitado de mi vida, tachado la definición de «madre» en mi diccionario, y también borrado de mi vocabulario.
No recordaba cómo era una madre amorosa y detallista… no recordaba haber tenido una en mi niñez, ni en mi adolescencia. Ni siquiera recordaba realmente cuándo había comenzado con su actitud vengativa normal.
Entrecerré mis ojos cuando reaccioné.
Por más que buscara entre mis pensamientos cosas que había vivido anteriormente, nada llegaba. Todo estaba borrado, y eso me confundió aun más. El bachillerato; la universidad, la primera conversación con Eddie, el inicio de nuestra amistad, no había nada.
Ningún recuerdo existía ya.
Estaba perdida otra vez.
Fue sorprendente y preocupante al mismo tiempo el comprender que, en mi cabeza, mi vida comenzaba cuando di mi primer paso dentro del psiquiátrico. Los años anteriores no estaban, ni siquiera recordaba mis estudios o si tuve un primer amor. Fue algo inesperado, ya que si me hubiesen preguntado sobre mi vida unos días atrás, les hubiese podido responder con todos los detalles.
Pero no pude hacerlo en ese momento, mi mente estaba equipando y guardando todo en cajas que eran imposibles de abrir. No sabía por qué, ¿Qué se me estaba ocultando? ¿Qué había ocurrido para ya olvidara por completo mi vida anterior?
Volví al presente cuando sentí mis mejillas húmedas… lágrimas.
¿Por qué lloraba?
No comprendía si era porque no recordaba, o por lo que había dicho la niña.
¿Tanto podía afectar una sola palabra? ¿Por qué sentía un gran vacío en mi pecho? ¿Por qué mi cerebro evitaría que supiera cosas de mi pasado?
Era como si siquiera decirme que algo había existido… algo que mi mente había olvidado por la única razón de que esos recuerdos solo traían dolor.
No había otra explicación más que esa, hasta yo misma había ignorado los comentarios hirientes de mi madre con tal de no sufrir. Sabía perfectamente que todo se trataba de encubrir algún momento catastrófico, pero ¿Cuál?
— Atrápame, mami.— volvió a decir, corriendo otra vez hacia el primer ventanal.
— Yo no...— me detuve, sería en vano hablar.
¿Acaso no entendía que no podía moverme?
Quise alertarle de mi situación para que dejara de insistir en que la siguiera. Mi intensión no era decepcionarla y que pensara que no quería jugar con ella, pero no era mi culpa el estar inmóvil frente a una niña que no parecía entender. Carraspeé en un intento de controlar que mi voz saliera firme y segura, y que no hubiera dudas en alguna de mis siguientes palabras.
Abrí mi boca para aclararle que, por más que anhelara correr detrás suyo, no podría, y estaba a punto de hacerlo pero cuando ella se detuvo en seco, también lo hicieron mis labios.
El silencio volvió a reinar en el lugar, nada se oía ni nada se movía. Todo estaba estático, sin intenciones de cambiar, y eso me asustó.
La calma antes de la tormenta ya era conocida por mí, y lo que menos quería era que fuera conocida por la niña. Ella brillaba con su luz propia, no podía se corrompida por la oscuridad.
Podía pasarme cualquier cosa, pero evitaría a toda costa que la dañaran. Ella solo era un pequeño ser indefenso, que no había cometido ningún error a lo largo de su corta vida. En cambio yo, había hecho ciertas cosas que no serían bien vistas por otros; como lo era el no seguir las reglas que tu madre te imponía, o detenerse a observar descaradamente a tu propio paciente y luego echarle la culpa por lo mal que estabas mentalmente. Yo ya había trazado el camino de mi vida, ella ni siquiera la estaba comenzando.
Por lo tanto rogaba que el sufrimiento y dolor solo recayera en mí.
Pasaron minutos hasta que escuché el llanto desgarrador de la niña, haciendo que mi corazón se apretara con fuerza.
No, no llores, por favor.
¿Cuál era la causa de sus lágrimas? Y sobre todo, ¿Por qué me dolía a mí? ¿Por qué sentía que ya la conocía?
¿Por qué... por qué divisé su cuerpecito tirado en el suelo, más precisamente sobre una calle?
No podía responder ninguna pregunta, porque no encontraba respuesta, porque no sabía lo que estaba pasando. Ni aunque me obligara a encontrar alguna razón que pudiera explicarlo todo, podía lograrlo. No pude evitar su llanto, tampoco pude pensar cuando sus ojos rojos brillaron en la oscuridad. Justo en aquella pared que quedaba frente a mí, a escasos metros de la niña.
Intenté correr para salvarla, deslizarme a gran velocidad para que solo pasaran segundos antes de que la rodeara con mis brazos y estuviera protegida. Quise hacerlo, pero por más que intentaba no lograba ningún tipo de movimiento.
Ella estaba en peligro y yo no podía hacer nada.
Grité de impotencia, cuando vi como la silueta colocaba su mano en el hombro de la niña, mientras que mostraba sus dientes.
La pequeña aún seguía dándome la espalda, y eso me preocupaba. ¿Por qué no se distanciaba de él? ¿Por qué no veía al monstruo que tenía a su lado?
Pasé ambas manos sobre mi rostro, frotándolo.
Estaba desesperada. Si antes necesitaba hallar una salida, en ese momento lo requería con más urgencia. Maldije mi incapacidad, entretanto volvía a tratar de moverme para llegar a ella.
— Oye, aléjate. Ven aquí, ahora.— le pedí, pero pareció no escucharme. Lo que hizo que su sonrisa se ensanchara— Niña, muévete.
Sus sollozos se detuvieron antes de que pudiera escuchar su voz gangosa decir:
— Ayúdame, mami.— pidió, dando media vuelta y quedando frente a mí.
Cubrí mi boca evitando que un chillido saliera de ella.
Lo que vi fue aterrador, mi corazón se paralizó por unos milisegundos, y luego volvió a latir despavorido por la imagen descubierta.
Su pequeño rostro, que todavía se mantenía distorsionado, estaba cubierto de sangre, al igual que parte de su vestido. Sus rodillas y brazos estaban raspados y lastimados con pequeñas cortadas. Su cabello azabache estaba completamente desordenado, y las bonitas hondas que tenía, en ese momento eran una montaña repleta de marañas.
Todo lo perfecto había acabado.
Sin querer seguir con lo mismo, desvié la mirada y cerré mis ojos.
La niña ya no dijo nada más, el silencio continuaba rodeándonos sin interrupción. Mis mejillas estaban húmedas por las lágrimas que todavía eran inexplicable. Mi garganta estaba seca y, no sabía por qué, pero sentía que mis cuerdas vocales estaban tensas y dañadas. Como si hubiese gritado con fuerza, aun cuando no lo había hecho.
— Mami.— ella me dijo, y por inercia abrí mis párpados pero no la miré. Me quedé contemplando el suelo que ella pisaba, hasta que algo me llamó la atención.
Mientras que uno de sus zapatos se dejaba ver todo gastado y sucio, el otro había desaparecido, dejando en libertad a su diminuto pie.
¿Dónde quedó?
La desesperación por encontrarlo me atacó, mi vista viajó a todos los lugares de la sala pero, al estar casi cubierto por oscuridad, se me dificultó ver algo. Supuse que esa sensación se debía a que, tal vez, ese zapato era importante para ella, y que, inconsciente, el instinto paternal que el mundo entero tenía, se activó en mí.
No podría describirlo de otra forma, fue aquel momento de responsabilidad que llenaba cada poro de tu pie cuando sabías que solo estaba en tus manos el poder de mejorar la situación. En esa ocasión, mi deber era no permitir que la niña pasara frío al pisar el suelo, y que enfermara por ello.
«“Una madre daba hasta su propio calzado para que su hijo no estuviera descalzo...”»
Ella me había nombrado de esa forma aunque no lo fuera, así que debía de hacer algo al respecto.
— Podrías resfriarte.— dije, señalando su pie.
— Eso no es posible.— aseguró ella, encogiéndose hombros sin dale mucha importancia.
— ¿Por qué no?— quise saber.
La niña abrió su boca para hablar, pero la risa malvada y un tanto nerviosa de aquella macabra entidad impidió que escuchara su explicación. Había dicho tres palabras que no pude entender, y no sabía por qué la idea de que eso había sido importante surgió en mi mente.
¿De qué se trataba? ¿Por qué él había evitado que pudiera oírlo?
La ira rugió dentro de mí por lo acontecido. El ver sus malditos ojos rojos, y sus jodidos dientes solo me causaba rabia. Quería moverme y acercarme a él con la única intención de golpearlo tan fuerte que cayera al suelo, que le doliera y sintiera la molestia que yo sentía.
Me enfurecí aun más cuando puso su otra mano en el hombro de ella. Él era el culpable de todo, ¿Cómo se atrevía a tocarla? No podía tocar a un Ángel con sus sucias garras y su oscuridad. No podía estar tan pegado a ella porque su alma, si era que tenía, era impura. La silueta marcharía todo lo bueno que ella tenía si seguía a su lado.
Inflé mi pecho, tomando el suficiente oxígeno para lo que se aproximaba.
Ya nada me interesaba; ni el lugar, ni que él me asustara en mis demás pesadillas. Olvidando su poder, y fuerza; dejando a un lado su clara amenaza de que mi hora estaba cerca, y que seguramente él se haría cargo de hacerme saber el momento exacto en que ocurría, me preparé para mi segundo de valentía. Y aunque estuviera un menor de edad presente, no me importó al decir lo siguiente:
— ¡Maldito hijo de puta! Aléjate de ella.— exclamé, viendo como su sonrisa desaparecía, al igual que el suelo bajo mis pies.
Solo duró un instante la sensación de vuelo; el sentir como mi cuerpo flotaba por los aires y ver como parte de mi cabello se movía hacia delante, antes de que la presión de la trayectoria creada por él, me empujara por completo.
Mi respiración se atascó en mi garganta cuando mi espalda se golpeó con brusquedad contra la pared. Rápidamente, caí sobre mi lado izquierdo sin cuidado ni protección, haciendo que mis costillas dolieran y que mi cabeza comenzara a palpitar por no haber sido cubierta.
Había sido un gran y duro golpe.
Un jadeo de dolor salió de mi boca al apoyar mis manos sobre el suelo e intentar levantarme, el contraer levemente mi estómago no me había ayudado con las punzadas que sentía en mi costado. Con dificultad logré sentarme correctamente y lo sentí como el mayor logro que hice hasta ese entonces.
Parpadeé notando que mi vista se había nublado por la caída, pero aún así pude ver como la silueta se acercaba a mí.
El temor que creí que ya no sentiría, volvió más deprisa que cualquier otra cosa. Me envolvió como si nada, obligándome a cerrar mis ojos.
Si no era consciente de lo que se acercaba, entonces estaría bien; mi corazón no bombearía descontrolado, y no sentiría como algo imaginario oprimía mi pecho y garganta impidiéndome respirar correctamente. Pero sobre todo, no sentiría el temblor constante que mi cuerpo sentiría por la anticipación.
Si no veía la oscuridad que me rodeaba y lo que había en ella, una fuerza invisible me protegería.
Me estremecí al sentir unas frías manos sobre mis hombros. Quise gritar y correr pero nada salía como quería, solo pude brincar en mi lugar un par de veces rogando a que todo acabara... aun no estaba lista para que mi hora llegara.
Todavía quería vivir más cosas buenas; pasar tiempo con Eddie, incluso jugar con Loky, seguir ayudando a más pacientes que lo necesitaran. Pero lo más importante, deseaba continuar como estaba y no sentir el gran cambio que habría cuando la silueta decidiera que era mi final.
Sin pensarlo mucho, abrí mis ojos y me di cuenta que la oscuridad había desaparecido… solo porque él estaba conmigo.
— Alejandra, ¿Estás bien?— su preocupación era muy notoria.
— Víktor… la niña, él…
— Shh, no digas nada.— susurró, mientras besaba mi mano— Yo estoy aquí, y estaré cuidándote siempre, cariño.
Sentí tanta paz, como nunca antes había sentido.
***
Casi salté de la cama, y no del susto, sino de inquietud.
¿Qué estaba pasando conmigo? Primero la niña diciéndome mami, y luego Víktor… ¿Salvándome? Sin duda alguna las pesadillas pasaron de ser confusas y escalofriantes, a ser completamente indescriptibles, cruzando la línea de lo inaceptable e incorrecto.
Sabía que mi mente estaba fallando, que había algo demasiado raro y oculto dentro de ella, pero ¿Era necesario llegar al punto de que mi paciente me salvara? Era ridículo. Sería como pensar que, de la nada, la propia entidad temida apareciera y me extendiera su mano en un acto de compasión.
Absurdo, por supuesto.
Nunca podría hacerlo, todo él significaba problemas y más problemas. Víktor y él eran todo lo que estaba mal, descontrolándolo todo a su paso, sin detenerse a pensar en si era necesario hacer tanta maldad. ¿Por qué lo hacían? ¿Por qué Heber creó ese juego en contra de los demás psicólogos y de mí? ¿Por qué le divertía tanto dañar a los otros? ¿Acaso no podía con su vida, con sus raros conflictos que decidió meterlos en la mía? ¿Era tan complicado para él aceptar la realidad y saber lo mal que estaba?
¿Se te dificultaría a ti hacerlo?
No, por supuesto que no.
Si en algún momento ya no podía con el peso de mis pesadillas y las visitas de la silueta, entonces hablaría. Sin miedo ni dudas, le contaría a Léonard todo y esperaría a que él tomara una decisión por mí; ya fuera despido, medicación, o el nivel más extremo al que no quería llegar: la internación en el psiquiátrico. Fuera lo que quisiera, lo tomaría, solo pedía su ayuda para mi problema.
¿Y si tu problema no es ninguno de esos, sino salir de ese edificio sin miedo a que te vuelvan a internar?
¿Qué?
¿De qué carajo estaba hablando?
Mi voz interior cada vez estaba peor; con cada pesadilla o situación conflictiva, ella se ponía aún más intensa en querer demostrarme su punto de vista que era un tanto inquietante y preocupante.
Sólo quiero mostrarte la realidad.
¿La realidad de qué?
Llevé ambas manos a mi cabeza cuando un dolor pulsante cruzó por ella, supuse que era de tanto pensar. Masajeé mis sienes en un intento fallido por controlar el dolor que empezaba a surgir.
El recuerdo reciente de Víktor frente a mí, detuvo todos mis movimientos. Suspiré, dejando que mis manos cayeran sobre mi regazo, la imagen de sus labios besando la piel del dorso causó una descarga eléctrica en todo mi cuerpo.
¿Por qué, después de tantas negativas, soñaba con que él era mi protección? ¿Por qué se mostró tan delicado y cuidadoso?
Quizá el hecho de verlo casi todos los días me estaba afectando demasiado… ni siquiera en mis sueños podía estar sin él. Me seguía a todos lados, y no sabía por qué eso no me disgustaba tanto como creía. Pero también estaba el hecho de que por primera vez, después de días, no sentí temor al despertar solo tristeza por la niña.
No sabía nada de ella, pero en lo más profundo de mi corazón podía sentir que la conocía que ya la había visto antes. No entendía cómo, pero así era.
Sin duda la pesadilla me había dejado muchas preguntas sin respuestas, pero sobre todo, había hecho nacer sentimientos que antes no tenían lugar en mi ser.
— ¿Ale? Me alegra verte despierta.— dijo Eddie, entrando a mi habitación.
Cuando desperté, ni siquiera me tomé la molestia en mirar a mi alrededor y comprobar dónde estaba realmente. La rareza y pena tomaron lugar antes de que la razón lo hiciera. Me había desplomado en el suelo, por dios, ¿Por qué no me había preocupado en saber en qué sitio estaba? Incluso podía haberme encontrado tirada en la patio que no lo hubiese notado, pero conociendo a mi mejor amigo eso sería imposible. Como ya lo había dicho antes, él anteponía su bienestar por el tuyo.
— ¿Qué sucedió?— lo único que recordaba era a Loky ladrar.
— Te desmayaste en el jardín.—me informó—Me preocupé mucho.
El recuerdo de la silueta detrás de Eddie me heló la piel.
— Me siento muy cansada.— confesé, removiéndome en mi lugar.
— Has dormido tres horas, ¿Cómo puedes sentirte cansada?
Toda fatiga se fue inmediatamente después de escucharlo.
¡¿Tres horas?!
Mi cuerpo estaba tan agotado que mis músculos estaban rígidos y tensionados como si hubiese hecho ejercicio durante todo el día sin descansar. Mis párpados pesaban, queriendo obligarme a cerrarlos y descansar un poco más, incluso podía decir que hasta las bolsas negras debajo de mis ojos también lo pedían. Es que la cama me parecía tan cómoda en ese momento, las sábanas estaban calientitas invitándome a continuar recostada sobre ellas por más tiempo.
Quería más.
Esas horas, para mí, solo habían sido minutos que pasaron tan rápido como flash.
— No fueron suficiente.— me quejé, bostezando— No he dormido bien los últimos días.
Lo oí gruñir y sentí que su mirar paso de ser compasivo y preocupando, a ser completamente enfurecido.
Bien, tal vez estaba en problemas.
— Sabes lo mal que hace el no dormir. Eres psicóloga, trabajas en un psiquiátrico, ¡No puedes estar sin descansar, Alejandra!— me regañó.
— Ya tranquilo, no es para tanto.— le resté importancia, aunque sabía que sus palabras no mentían. En carne propia estaba viviendo el efecto que eso causaba.
— ¿Que no es para tanto dices? Claro que sí lo es.
— Eddie, por favor.— no quería discutir en ese momento, mucho menos con él.
— No, no puedes seguir así.— admitió, comenzando a caminar de un lado a otro— Tendré que dejar de viajar para cuidar de ti, ya que no te cuidas por tu cuenta.
No pude evitar reírme a carcajadas.
Eso era inaudito, no podía creer que el hombre preocupando que tenía en frente era mi amigo. Actuaba como si fuera mi padre, mejor dicho mejor que él. Porque aquel señor que nos abandonó a mi madre y a mí sin siquiera voltear a mirarnos o despedirse, nunca se interesó tanto como Eddie lo había hecho desde que nos habíamos conocido. Mientras que el hombre que debía de ser la persona más importante en mi vida junto a mi progenitora, decidió marcharse y nunca más volver, él se mantuvo firme a mi lado; llamándome casi a diario para saber cómo estaba o si necesitaba algo.
Apreciaba tanto a mi amigo que estaría eternamente en deuda con lo que fuera que lo hubiera puesto en mi camino.
Después de calmar mi risa, me le quedé mirando con una gran sonrisa genuina. Mentalmente le agradecí por aun permanecer conmigo, por seguir apoyándome y acompañándome en cada travesía que me embarcaba cada vez que aceptaba un nuevo caso.
Me había hecho tanta falta días atrás, que aguantaría cada maldito regaño de su parte con tal de mantenerlo un poco más cerca de mí.
— ¿Por qué te ríes?— cruzó sus brazos sobre su pecho. Por su forma de fruncir su entrecejo, y la delgada línea que formaban sus labios pude detectar que estaba muy molesto. Al parecer mi tema de no dormir le enfurecía demasiado, tenía que arreglarlo pronto, sino todo se iría a la mierda.
— Nada… solo necesitaba a mi mejor amigo de regreso.
Y no mentía al decirlo, había echado mucho de menos a aquel castaño ojiverde.
— Y yo también te necesitaba.— afirmó, sonriendo y acercándose para abrazarme.
Sabía que no podía negarse a una sesión de afectos, que él tanto como yo lo deseaba. Y, a si vez, sabía que eso era lo único que evitaría que se enfadara conmigo. Solo bastaba un abrazado para que el tema anterior quedara en el olvido, lo cual me favorecía.
Entendía la preocupación de Eddie, yo también la sentía pero no sabía cómo cambiar la situación. Habían pasado días desde que todo había iniciado que ya no le veía vuelta atrás. No quería empujar a mi mejor amigo conmigo y que saliera herido, prefería afrontar todo lo que vendría por mi cuenta y salvándolo a él.
— De acuerdo, ya fue suficiente.— se alejó unos centímetros para poder besar mi frente— Vamos a cenar, he preparado una deliciosa comida.
Sonreí satisfecha.
— No puedo pedir nada más, lo tengo todo contigo.— mi comentario hizo que recibiera una carcajada de su parte.
Decía la verdad, él era el hombre que toda mujer desearía tener a su lado; atento, cariñoso, compañero, e infinidades de otras excelentes cualidades. Yo era afortunada de tener su amistad, compartir vivienda, y poder verlo los días que no tenía que viajar. Los cuales eran muy escasos, pero no me quejaba. Valía la pena la espera con tal de volver a sentir sus brazos rodeándome mientras me contaba a qué país había ido y cuántas chicas le habían escrito su número en un papel, y entregado con una sonrisa nerviosa. Me gustaba burlarme de él al preguntarle por ellos y recibir la respuesta de que no necesitaba de ninguna de ellas, porque se cansarían de su trabajo y lo dejarían a la semana.
Y, aunque ocultara su dolor en una sonrisa, sabía que le entristecía reconocer que, por estar viajando por el mundo, nunca tendría la oportunidad de establecerse con alguien más, formar una familia, y ser feliz. Conocía sus virtudes, sus miedos y también sus preocupaciones, sabía todo sobre él.
Conocía tan bien a Eddie, de pies a cabeza, que tenía miedo de perderlo.
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